Hasta que llegue el día en que despegaremos...

>> viernes, 25 de marzo de 2011

Vives a espalda de un gran aeropuerto. O hace décadas un gran aeropuerto fue construido en lo que eran los campos de cultivo en los que trabajaron tus padres y abuelos. Desde aquel entonces vives bajo la amenaza del desalojo. Imagina lo que significa aquella incertidumbre, siempre te dicen que te vas a ir pero nunca te vas.  Entonces tu vida continúa, creces, trabajas, amas, procreas, sufres, sueñas, cantas, celebras, festejas, lloras. Sin embargo, al parecer esta vez la amenaza se cumplirá. El 2010 se expropiaron las tierras del ex fundo San Agustín en medio de un largo, enredado y sospechoso proceso judicial. Y en cualquier momento, este año -2011-, el pueblo de San Agustín será desalojado, mientras tanto, los aviones no cesan de despegar.
                                  

Nuestra devoción al Santo Patrón San Agustín. Foto: Kelly Vega.


En medio de la indiferencia e intensidad del ensordecedor ruido de los aviones que no paran de despegar, todo el pueblo de San Agustín será demolido para continuar con la ampliación del aeropuerto internacional Jorge Chávez (Callao-Perú). A través de las historias de seis personajes: Susan, Pablo, Eduardo, José, Rosa y la profesora Dora, exploraremos sensible y dramáticamente los últimos tiempos de San Agustín hasta el momento final del desalojo de la población. Junto a estos aviones, el pueblo de San Agustín despegará, conviertiéndose en un caso más de reubicación involuntaria de una población por la construcción de una gran obra de desarrollo. Son variados los símbolos que nos hablan de este modo de vida, que se encuentra en el límite entre lo urbano y lo rural: un muro que separa al pueblo del aeropuerto, los aviones en su vuelo incesante, la gran ex casa hacienda semiderruida y aún habitada, los árboles chilenos sobre los que se dice que contienen toda la historia de San Agustín, los vastos campos de cultivo, la acequia para regar las plantas y el ruido de los aviones.

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Pablo, Dora, Rosa, Susan, Eduardo y José nos cuentan la historia...

Pablo Obregón: lo que sé hacer es trabajar en la chacra
De origen quechuahablante y campesino. Pablo nació en una comunidad alto  andina en Huancavelica y migró a Lima por la violencia política de los años 80. Cuando llegó a Lima se fue a vivir a Puente Piedra y el cielo nublado de Lima le hizo creer que en cualquier momento iba a llover. Ante la falta de lluvias y en su búsqueda de trabajo como agricultor llegó a San Agustín junto con su familia, su esposa Olimpia y sus dos hijos (hoy en día está separado). Pablo se empleó como peón en las chacras y como cuidador de la cancha de cricket de los nikkei. Él construyó su casita de madera y adobe con sus propias manos y vio cómo se construyó el muro del aeropuerto que ahora es el muro de su propia casa.


Rosa da Silva: cocinando con alegría se alimenta un pueblo entero
De origen amazónico, ella cuenta que su familia migró al Perú de Brasil. Doña Rosa llegó a San Agustín acompañando a su marido que fue policía cuando todavía existía la comisaría. Ella se quedó a vivir en San Agustín y allí nacieron sus hijos y nietos. Su familia es una de las más representativas del lugar, pues son los amazónicos que hacen cumbia y animan las fiestas. Además Rosa ha sido fundadora y presidenta del Comedor Popular 14 de abril.


Eduardo Higa: siempre me he dedicado a la agricultura, fue mi papá que vino de Japón
Nikkei, nacido en Perú, hijo de japoneses de Okinawa que migraron durante la II Guerra Mundial. Su padre llegó a San Agustín y se hizo yanacón, posteriormente dueño de la tierra que Eduardo continuó trabajando. Toda su vida ha vivido en San Agustín junto a su familia (allí nacieron sus hijos). Se dedica a una agricultura de mediano porte que surte algunos mercados de Lima. Varios de los pobladores del pueblo joven el Ayllu trabajan  para él. Todavía mantiene sus tradiciones japonesas, como el idioma, el culto a los ancestros y la comida. Tiene 80 años y cumplió su sueño de viajar al Japón. Conoció San Agustín antes de la llegada de los aviones.

Dora Barrantes: recuerdo la hacienda allá por los años 40
Tiene 90 años. Es profesora jubilada, junto con su hermana Juana llegó a San Agustín en la década de 1940, cuando todavía se mantenía el régimen del hacendado. Fundó y trabajó en la primera escuela del lugar, junto a su hermana, la señorita Juana. Las dos se convirtieron en las legendarias profesoras y fueron las últimas habitantes de la casa hacienda. Juana murió hace unos años y Dora se quedó viviendo en la casa semi derruída con su sobrino Óscar. Ella tiene recuerdos de la época del apogeo de la hacienda, cuando había cine, comisaría y funcionaba la escuela.



José Yataco: solo pedimos justicia, que nos reubiquen a otro lugar, que tengamos una casa
Es hijo de uno de los últimos administradores de la casa hacienda y creció mientras se contruía el aeropuerto. Toda su vida ha vivido en San Agustín y desde hace años trabaja en el aeropuerto en mantenimiento de los aviones. Actualmente es presidente de la junta directiva de los vecinos del pueblo joven El Ayllu.


Susan Bonilla: Tomo fotos para que sepan todos que una vez existió un pueblo llamado San Agustín
Es una joven madre de 20 años. Susan nació y creció en San Agustín, cuando el aeropuerto ya existía. Ella se destacó entre los niños del lugar por estar muy interesada en las historias de su pueblo y por contarlas, además es una joven responsable que ha cuidado a sus hermanos menores y siempre colabora con las actividades que suceden en el pueblo. Desde el 2008 ella hace parte del taller de fotografía "A punto de despegar" y toma fotos para que llevarse a su pueblo en memoria, en forma de fotografías.

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el muro, la casa hacienda, los árboles chilenos, los aviones....

Esta historia también es contada por la casa hacienda, el muro que separa al aeropuerto, los aviones, los árboles chilenos. Porque San Agustín y su gente son un solo cuerpo hecho de chacras, casas, ruidos, acequias, muros, árboles y...


Segundo piso de la Casa Hacienda. Foto: Alexis Vega - Taller "A punto de despegar"


La casa hacienda: aún en pie
Fue imponente en sus mejores años, dicen que hasta un cine funcionó allí dentro. Hace décadas, allí vivió el hacendado y su familia. Cuando ellos la dejaron, la habitaron las legendarias profesoras Juana y Dora Barrantes. Ellas llegaron a San Agustín en el década de 1940 como maestras y nunca más se fueron del lugar y se convirtieron en las últimas habitantes de esta casa.
Los niños de San Agustín cuentan que en la casa hacienda se guarda un libro bien grande que cuenta toda la historia de San Agustín: desde sus inicios hasta su fin y que este libro fue escrito por la maestra Juanita.
Juana Barrantes falleció hace pocos años. Ahora Dora, su hermana, vive en la casa semi derruída acompañada por su sobrino Óscar.

Árbol chilena en invierno. Foto: Susan Bonilla - Taller "A punto de despegar" 


Los árboles chilenos: fueron plantados durante la guerra con Chile
Marcan las estaciones en San Agustín: frondosos en el verano y pelados en el invierno. Los lugareños se sientan bajo él para protegerse del sol, para refrescarse, para respirar.
Cuentan los niños que en el fin de los tiempos de Sa Agustín los árboles se animarán, sus ramas y raíces cobrarán vida propia y se separán de la tierra, llevándose a todos los habitantes de San Agustín.


Después de las chacras, el muro. Foto: Chelsy Rivera - Taller "A punto de despegar"


El muro: el que separa
Ni siempre existió el muro. Los más antiguos de San Agustín cuentan que allá por la década de 1950, cuando se construyó el aeropuerto, no había muro. Ellos se podían pasear por la pista de los aviones.
Ahora solamente el muro los separa del aeropuerto. Ese mismo muro que es una de las paredes de la casa de Pablo Obregón, agricultor quechua hablante de origen huancavelicano que hace años migró a San Agustín.


Avión despegando en medio de la chacra de flores. Afiche de la exposición "A punto de despegar". Foto: Alexis Vega  - Taller "A punto de despegar"

Los aviones: no paran de despegar
En San Agustín dicen que la gente se olvida de lo que estaba conversando porque justo pasó un avión. El ruido es ensordecedor.
Ver los aviones despegar es un espectáculo impostergable para los niños. Dice que es el atractivo turístico del lugar, junto con la fiesta del Santo Patrón San Agustín. Cuentan que por las noches, cuando los aviones despegan, se ven luces en forma de un pescado en el aeropuerto.
Pocos en San Agustín han viajado en avión. José es el presidente de la directiva de vecinos del pueblo; todos los días se levanta temprano para ir a trabajar en el aeropuerto con los aviones. Esos mismos aviones por los que su pueblo va a desaparecer.

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